Me parece estupenda la labor realizada por Jesús Calleja en su último viaje a la India, concretamente en el valle de Ladakh.
Los que viajamos a esos países con la intención de adentrarnos en sus montañas, muchas veces no podemos permanecer impasibles ante la situación que viven, en muchos casos de extrema pobreza, alto nivel de analfabetismo, de enfermedades y falta de medicamentos y hospitales, escasez de medios para afrontar las situaciones de emergencia y las catástrofes naturales.
Estos países donde la naturaleza se encuentra en estado salvaje, donde los ríos se desbordan cada año, arrasando a su paso poblaciones enteras y llevándose vidas que pasan desapercibidas, ya que esta gente anónima y aislada en lugares pobres y remotos, no interesan a la prensa ni a los medios de comunicación internacionales.
Sólo interesan estas noticias, cuando hay allí extranjeros de treking o de turismo y sus respectivas Embajadas ven peligrar su seguridad, encargándose entonces de difundir la noticia sobre el desastre acaecido, pero nada más. La ayuda humanitaria tarda en llegar y en muchos casos ni llega, dada la irrelevancia mediática de la misma.
Este verano nos sorprendió allí el desastre ocurrido cerca de Leh, justo cuando nos disponíamos a comenzar un trekking por Ladakh, la zona afectada por las inundaciones donde nuestro afamado Jesús Calleja ha tenido la deferencia de ir a llevar ayuda humanitaria, económica y mediática. Es importante su labor, ya que la gente que vive en esta población se vio muy afectada por la tragedia.
Nosotros llegamos el día después, las calles estaban embarradas, los coches apenas podían circular, en las afueras del centro muchas casas habían sido barridas por los ríos de lodo y piedra que se habían desbordado. El nivel del río casi llegaba al borde de algunos puentes, otros habían sido arrasados. La gente seguía realizando su día a día, pero muchos habían perdido a familiares y la mayoría había perdido a algún amigo.
Nuestro grupo decidió embarcarse en la aventura, porque era la actividad que estaba programada y porque la agencia de allí no nos ofrecía otra opción, pero en verdad fuimos valientes y sin darnos cuenta estábamos contribuyendo a que esta gente no cayera en el olvido, ya que nuestra vivencia y nuestro testimonio presencial, ha animado a otras expediciones posteriores a desplazarse allí para realizar su trekking o su expedición.
Leh es una ciudad muy bonita, alegre, llena de comercios y tiendas de montaña, de restaurantes y de agencias de viajes, expediciones y trekkings. La gente es maravillosa, alegre, amable, cariñosa, pero en esos días posteriores al desastre, el trabajo y el miedo les desbordaba. En cuanto se veían nubarrones en el cielo, gente del extrarradio cogía su manta y se aceleraba ladera arriba hacia el monte, para no verse arrasados por otra inundación. Tenían miedo, eso se notaba, estaban todo el tiempo pendientes del cielo, de las nubes, de las previsiones, porque nunca, en 100 años, había ocurrido eso.
Nos vimos envueltos en miles de propuestas para poder colaborar y ayudar a esta gente, te aproximabas a la puerta del templo budista y allí, grupos organizativos locales y de extranjeros, te daban un dorsal que te marcaba como “ayudante” y te comunicaban los lugares a los que te podías dirigir en un camión que iba reclutando gente para ayudar. Podías ir a un colegio, a un hospital o a casas en poblaciones cercanas donde poder prestar ayuda.
En mi grupo de trekking rápidamente se solidarizaron con la situación, varias chicas decidieron montarse en un camioncillo e irse a ayudar a un colegio, al día siguiente otra fue a ayudar a una casa. Otro día fuimos todos a ayudar a sacar barro y piedras de varias casas. Era increíble ver como el barro estaba a más de un metro del suelo y durante una jornada sin parar de sacar cubos de barro y piedras enormes de una vivienda, al fin conseguimos ver el suelo de la vivienda. Los cristales estaban rotos, la gente había perdido así sus escasos enseres, la ropa, la comida. No nos faltó en ningún momento un plato de arroz con verduras, termos de té, galletas. Estaban alucinados al ver cómo los extranjeros, esos que van allí y que parece que son marcianos con sus ropas raras y sus gorras y gafas de sol, eran humanos, estaban siendo solidarios y los estaban ayudando. Más sorpresa aún les deparaba ver como en estos grupos trabajábamos codo con codo hombres y mujeres y las mujeres realizaban la misma tarea que los hombres, si había que coger la pala para sacar barro, allí había en muchos casos una chica que lo hacía, de igual modo que lo podía hacer un chico.
No era nuestra intención en ningún caso demostrar nada. Ni salir en periódicos, ni hacer de héroes. Sólo pretendíamos ayudar, nuestra estancia allí fue tan agradable y nos trataron tan bien, que poner un granito de arena con nuestra presencia, ayuda y colaboración, era lo mínimo que podíamos hacer para ayudar a esta gente. Hicimos también alguna donación económica, ya que tenían que comprar palas y materiales para llevar a cabo la reconstrucción de todo lo arrasado. De modo que tanto con nuestra presencia como con nuestro testimonio, espero que pudiéramos animarlos a seguir en su lucha para levantar sus casas y tengo por seguro que todos nos quedamos con ganas de volver allí otro año, hacer otro trekking y ver esa ciudad tan bella, reconstruida y normalizada.
Lina Quesada
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